lunes, 4 de julio de 2011

La distancia subjetiva

Siglos atrás se tardaban meses y meses para llegar desde España al Sur de África, pero ahora te coges un avión y en unas horas apareces en Estambul, Montevideo o Sídney.

Bastan unas horas en cualquier aeropuerto para comprobar que el mundo es muy pequeño y se vende en botellas de licor, perfumes y toblerones tamaño gigante. La temperatura es muy parecida en todas partes: no hay noche, ni día y mejor llevar una chaquetita o un pañuelo si no te gusta el aire acondicionado demasiado fuerte.

Mientras viajas y un poco después, el cuerpo pasa por una serie de cambios: alteración del sueño (por los madrugones de algunos vuelos o el jet lag); hinchazón de pies (creo que eso es debido a la presión y a pasarte horas sentadas en los vuelos largos) y dolor de espalda por llevar siempre una bolsa demasiado cargada. Pero, ¿y esa parte de nosotros mismos que no es física? ¿Es capaz de viajar a la velocidad del sonido o necesita tomarse las cosas con más calma?

Solo puedo decir que cuando desembarcamos el viernes en Ciudad del Cabo una parte de mí estaba todavía comiendo pa amb tomàquet y bebiendo vino de Ribera del Duero. Otra parte estaba en Gugulethu en el patio del Centro en memoria de Ray Alexander Simons.

Caía el sol sobre el escenario donde unos niños descansaban tras su actuación. Entre el sueño y la realidad pensé que tenían que estar quedándose helados con esas ropitas. ¡Es invierno, no verano! Es julio en el hemisferio sur.



Ray Alexander fue una activista política y sindicalista que, junto con su marido, estuvo condenada al exilio durante el gobierno del Apartheid, pero además es la madre de nuestra amiga Tanya. Jose y yo vivimos en la que fue su casa.

Os debemos una entrada sobre está mujer de rompe y rasga, pero por ahora baste decir que está en marcha un centro en su memoria y un teatro.

El viernes 1 de julio estrenaban la obra Nothing but the truth, Nada más que la verdad. Escrita por John Kani e interpretada por New Image Ensemble.

La obra me emocionó bastante. Hablaba de una familia negra, desestructurada por culpa de la situación política del Apartheid, aunque no solo por eso. Secretos no confesados. Resentimiento. Pero más allá de todo ello, me tocó la forma en la que se contaba: siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo, aunque pasa por el reconocimiento de lo que nos hace daño.

La obra era divertida en muchos puntos y verla en medio de tanta gente xhosa fue genial porque, en general, son muy participativos: hacen comentarios en alto, aplauden, se ríen. Lo que pasa en escena y lo que ocurre entre el público forma parte de lo mismo.

Luego hubo excelente pica-pica, como siempre...



Y al día siguiente fuimos a la granja de Johan, el hermano de Tanya, en Malmesbury. Un antiguo edificio convertido ahora en bed & breakfast y en idílico lugar donde celebrar bodas y banquetes.

Mientras pienso si estoy aquí o allí, nada me impide disfrutar de lo que pasa alrededor. La distancia espacial es una cosa muy subjetiva...

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