Cuando vivíamos en Ciudad del Cabo y escribíamos a menudo en este blog había personas que nos leían también con asiduidad. Una de ellas era María Sererano. No nos conocíamos, nos conocimos más tarde, en Barcelona y, más tarde, en Finlandia. ¿El mundo es grande? A veces tengo la sensación de que no tanto. Y eso me encanta.
Como también viaja de vez en cuando a Ciudad del Cabo y como también esta ciudad, y el país entero y su gente, la tienen embrujada, la pedimos, hace tiempo, que nos escribiese su historia. Y nos escribió algo, algo que compartimos ahora, con su permiso, claro, en un momento muy bonito, porque ella esta, de nuevo, viajando a aquellas tierras... y con ella una parte de nosotros viaja... Volverá de nuevo a ser abril...
Hermanus |
Es uno de los últimos días del viaje y amanezco con una tos que me sacude entera. Estoy con una amiga en Hermanus, la pequeña ciudad costera donde en esta época, en primavera, se avistan las ballenas. La cama es demasiado blanda, apenas he podido dormir, escucho el agradable rugir del mar.
Ayer arrasó una tormenta con inundaciones, me he echado una manta encima, aparte del fino edredón.
Tenemos vistas al mar, es hermoso. En el aire hay humedad salda pero las nubes se disipan.
De repente recuerdo a mi amigo Johnson Mlambo. Johnson me ha contado que a veces tose como yo. He tenido el honor y el placer de escucharle contar muchas cosas de su vida porque hemos compartido momentos muy especiales en dos cursos de narración, de cinco semanas cada uno, en la Ciudad del Cabo.
Johnson fue una de las figuras clave de la lucha contra el apartheid y pasó veinte años encarcelado en Robben Island, el Alcatraz de África, desde los 23 hasta los 43. Ahora ya pasa de los setenta y me ha hablado de esa tos, que nunca le he escuchado pero que dice que le viene en momentos de tensión y estrés y que por muchos exámenes médicos que le hayan hecho, no le encuentran ninguna causa fisiológica.
Amanezco en Hermanus, la tos me sacude entera y miro el mar, el amanecer grisáceo y más fresco de lo normal para la época. Todo lo que he visto en Robben Island, todas las imágenes que Johnson me ha dejado a lo largo de estos años de amistad... de alguna manera cobran vida propia. Lo veo, en la isla, en la colchoneta gris en el suelo, con una manta fina por encima, tras una noche de tos en una fría y húmeda mañana de invierno teniendo que levantarse temprano. Los empujones, los malos tratos, algunos días agua helada e insuficiente para lavarse. (Contaba que a veces para humillar a los prisioneros, les daban el tiempo justo para enjabonarse y luego los obligaban a continuar, a vestirse). Salir a la cantera, con habre y tos. El polvo que se mete en los ojos y en los pulmones. En verano un sol inclemente, en invierno una humedad como la de mi Cádiz. El trabajo duro, los insultos y las vejaciones. Las torturas. Veinte años maltratando el cuerpo y el alma. Cinco visitas en veinte años, celda de aislamiento si te pillaban con un periódico.
Pero también la entereza de los compañeros, el lema:
Lucharemos
sufriremos
nos sacrificaremos
La pista de tenis hecha clandestinamente con cemento robado, tacita a tacita. ¿Cuántas tazas de cemento hay en una pista de tenis?
En el curso de narración autobiográfica, trabajamos con la voz de distintas maneras, con el aspeto fisiológico, con esa voz neutral que sirve para nombrar - y para dar un descanso al oyente - la voz teñida por los sentimientos y finalmente, la voz que viene muy de dentro y que dice grandes verdades. Johnson es un maestro de esa voz profunda y sincera y cuando nos pidieron que la practicáramos, completando la frase: "I have learnt" Yo he aprendido. Johnson simplemente dijo: "Yo he aprendido a esperar".
Con su permiso cuento, desde hace un par de años, una historia de su vida que él llama "Un río de lágrimas". Es la historia de cómo aprendió a llorar, pasados los cuarenta, escuchando las palabras de un poeta en La ISla. Suelo empezar preguntándole al público qué recuerdan de sus vidas entre los 23 y los 43..., una época en la que a menudo estudiamos, empezamos a trabajar, conocemos a nuestra pareja, creamos un hogar, tenemos hijos y los criamos... Johnson aprendió a esperar. También hizo la carrera de Económicas a distancia en la Universidad de Londres, desde la filial de la Universidad de Robben Island como llamaban a la isla, por ser un lugar de aprendizaje donde el lema de los presos políticos era "cada uno enseñando a otro", "each one, teach one".
Hay ciertas experiencias que comparto con Johnson, un poco de refilón: recuerdos de infancia de la dictadura. Recuerdo sobre todo el pasar la frontera con literatura prohibida, de chica, tras la revolución del 23 de abril en Portugal sin ir más lejos. A menudo me hacían sentarme en las cajas que contenían el material clandestino porque "no te van a hacer levantarte", me pedían que hiciera como si nada y a mí me entraba hipo del susto, cada vez. Crucé muchas fronteras con hipo, entre los cuatro y los ocho años...
Recuerdo el exilio hecho cotidiano al criarme rodeada de refugiados chilenos cuando estaba en Finlandia. Las canciones de lucha y resistencia que aprendí desde pequeñita, eran muchas más que las que me sabía de Los Payasos de la Tele; Víctor Jara, Raimon, Theodorakis, Jarcha... Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad... Recuerdo los conciertos censurados donde el público cantaba las estrofas prohibidas, vuelvo a sentir el miedo - y la unión, la esperanza.
Hay muchas cosas en Sudáfrica que me suenan y resuenan y me brindan un espacio para salir de una cierta soledad de experiencias conmúnmente no compartidas.
En este viaje Johnson acompañó al grupo de narradores en una visita a Robben Island. Me alegré mucho de haber ido ya antes, de haber escuchado sus historias ya antes -aún así no estaba preparada para el torrente de emociones que me envolvía al verle recorriendo esos patios y esas celdas y contando su historia en el autobús a petición del guía.
Era una historia de torturas vejatorias, por haber colapsado llevando la carretilla cargada de piedras a pleno sol y le pregunté si se sentía cómodo compartiendo las experiencias.
- Tú sabes - respondió con un guiñó - hay cosas que cuento y cosas que no las cuento.
Porque Johnson es un héroe de la lucha contra el apartheid, es un ex-dirigente del PAC -la segunda organización después del Congreso Nacional Africano - es un hombre que ha hablado en la ONU, que se ha entrevistado con líderes políticos de todo el mundo, que pasó 20 años en la cárcel y diez en el exilio... pero es también sobre todo un señor de una inmensa humanidad, un hombre muy religioso, un padre de familia y un esposo cariñoso con un gran sentido del humor y con una capacidad para perdonar que solo he visto en Sudáfrica, y no solo en él, sino en muchas personas.
Esta vez nos amenizó una cena contando cómo se comían a las gaviotas y los gatos salvajes que pillaban en la isla y cómo se apuntaban los carceleros. Sobre cómo, cuando finalmente conoció a su esposa, no se pudieron casar, tuvieron que esperar 10 años porque los mayores, la familia de ella no se ponían de acuerdo. Nos cuenta de cómo tras un acto de conmemoración en Robben Island con los presos políticos, los organizadores tras escucharles les preguntaron horrorizados si habían recibido alguna terapia a posteriori para superar el trauma. "Nosotros dijimos que no", contaba Johnson, "que no nos hacía falta porque éramos luchadores fuertes y valientes... pero luego, sabes, pasamos la noche allí en una pensión y estuvimos hablando sobre el tema entre nosotros y era gracioso porque, si eramos dos hablando de a dos, estábamos de acuerdo en que nosotros no necesitábamos terapia, pero Fulano, Fulano sí que estaba un poco raro y le podría venir bien. Y así todos, todos pensábamos que eran los demás los que necesitaban terapia".
Se reía, para luego ponerse sería y añadir: "Yo luego sí hice una terapia. Creo que fue útil. También me hicieron unos chequeos médicos, pero esa tos... nunca han encontrado el porqué de la tos. Yo creo que es psicosomática".
Recuerdo la historia de cómo lo enterraron vivo dejando sólo la cara fuera, de cómo los carceleros orinaban en su boca, del ojo que perdió en la isla en un motín. Tantas historias que hace unos años solo callaba, historias que su esposa y sus hijos no conocían... esas historias que por fin pueden salir.
Pienso en Johnson diciendo: "Éramos ocho hermanos y de los ocho yo siempre fui el más tímido". Pero también pienso en su voz, como se escuchaba por todo el autobús e incluso hizo callar a la española que tenía detrás mía que -afortunadamente en castellano- exclamaba: "¡No me lo puedo creer, no funciona internet! ¿Por qué todo me pasa a mí?".
En Hermanus la tormenta y las inundaciones se llevaron media playa. Varias carreteras costeras fueron cerradas por derrumbamientos pero nada impidió que yo volviera a Europa.
Estoy de vuelta en Europa, la Ciudad del Cabo la llevo en el corazón encerrada hasta la próxima. Mandela, Madiba cruza la última frontera, y yo acabo de irme. El invierno se hace presente en este continente, cuando yo iba encaminada al verano. Una canción de la juventud vuelve a dar vueltas y vueltas. ¿Quién me ha robado el mes de abril?
María Serrano