Hace unos días que hemos regresado del Karoo, pero el sábado nos marchamos de nuevo. Esta vez rumbo a Lesotho, a visitar abrigos rupestres.
El viaje por el Karoo ha sido, como siempre, extraordinario. Jose ha podido recoger un montón de historias y de cuentos. No hemos hecho la ruta que teníamos planeada porque tuvimos un pinchazo que nos hizo alterar los planes. Ya se sabe, tu organizas y la vida te "desorganiza". Pero siempre salen las cosas como tienen que salir.
Visitamos Willinston y Calvinia.
Las Hantam son unas montañas espectaculares. Verlas al ocaso es como contemplar un cuadro abstracto: la pureza de la línea recortada sobre el fondo, el cambio sutil de los colores, la masa de la forma y el vacío del espacio. Para quedarte sin aliento.
Es bonito cuando regresas a un sitio y tienes gente a la que visitar: Magdalena, Klaas, Ouma Sofia o Salman en Brandvlei. Pero también es mágico encontrarte a gente nueva que te abre las puertas de sus casas, y más importante aún, de sus corazones.
El Karoo es una tierra dura: calor y fríos extremos, poca lluvia, difícil cultivar nada. Para mucha gente es una suma de "no-lugares", pero si miras bien es un libro abierto donde aprender que la única manera de sobrevivir es a través de la solidaridad y la ayuda mutua.
La belleza está en los detalles.
El viento habla.
La gente baila, canta, mira, escucha.
Cuenta historias.
Las nubes que anuncian lluvia son una bendición que hace gritar a la tierra sedienta.
Aunque en las charcas y los ríos dicen que vive la Waterslang, la Serpiente del Agua, y hay que tener cuidado porque si le gusta alguién lo atrae para siempre.
También vive un personaje con ojos en los pies que camina andando con las manos.
Y por supuesto está el chacal, que es inteligente y tramposo, y la hiena, que siempre tiene hambre y siempre sale perdiendo.
La vida puede ser simple o complicada, pero todo el mundo tiene su historia. Aunque no esté escrita.
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