domingo, 30 de enero de 2011

VIENTO



El viento nos trajo hasta aquí, y desde que pusimos los pies en esta parte del mundo, nos envuelve.

Mientras escribo, lo oigo soplar y noto su caricia, que me llega a través de la ventana entreabierta.

En la literatura oral de los bosquimanos /xam el viento aparece constantemente, como metáfora y como un factor muy real que había que tener en cuenta, sobre todo en los meses de verano, desde, digamos, octubre hasta marzo.

Para los /xam que dictaron aquellos relatos desde su exilio en esta ciudad, los vientos que soplan en la península de El Cabo debían de recordarles a los que habían experimentado en su tierra natal.

En esta época del año, el viento más frecuente es el del sudeste, popularmente conocido como Doctor de El Cabo, porque limpia el ambiente de la ciudad, alejando de ella los aires contaminados.

El artista anónimo que dibujó la imagen que acompaña esta entrada (o algún contemporáneo suyo) escribió “en El Cabo sopla sobre todo el [viento] del sudeste durante la mitad del año, y durante la otra mitad sopla sobre todo el del noroeste y ambos lo hacen de forma tan virulenta que uno casi no puede caminar”.

El viento del noroeste, el del invierno, todavía no lo conocemos, pero sí al Doctor de El Cabo, que en ocasiones sopla durante tres o cuatro días seguidos. Como Vredehoek Avenue, la calle en la que vivimos, está orientada siguiendo un eje similar al de la dirección en que sopla este viento, y como asciende hacia la montaña, muchas veces subir hasta casa desde el centro de la ciudad es, realmente, toda una aventura. Un poco más arriba de las últimas casas se extiende ya la montaña, abrupta y siempre seductora, y mientras avanzamos cuesta arriba, a menudo cargados con las bolsas de la compra, nos es imposible no imaginar que esa fuerza que insistentemente nos empuja hacia atrás surge de una gran hendidura en la pared rocosa que queda a medio camino entre la falda y la cumbre plana del Monte Mesa.

Seguro que los pastores khoi que vivieron en esta península antes de la llegada de los holandeses contaban una historia sobre el viento y la montaña, quizá aprendida de los cazadores y recolectores bosquimanos que les habían precedido en estas tierras.

A falta de ese relato perdido (que, de todos modos, Helena y yo estamos intentando soñar de nuevo) os traduzco aquí, en forma resumida, un testimonio que Diä!kwain dictó a Lucy Lloyd en enero de 1876:

Una anciana, a la que gente llamaba =Na-ang
solía enfadarse con la gente si la regañaban.
Le preguntaban a la gente
si creía que el viento no iba a soplar
como sopla cuando arroja polvo a los ojos de las personas.
El viento se levantaba mientras ella hablaba,
soplaba de tal modo
que no podía verse nada ni mirar alrededor.
El viento arrastraba las esteras
sobre las que la gente se había tumbado,
el viento las arrojaba sobre las personas,
porque estaba enfadado con ellas.

[La anciana murió.]
Aunque estaba muerta,
la gente solía pronunciar su nombre,
pues creía que si la llamaban,
soplaría el viento.
Era como si el viento escuchara
cuando pronunciaban su nombre.
Porque acostumbraba a enfadarse
cuando la gente la regañaba, y a llorar.
Era como si el viento llorara con ella,
cuando caían sus lágrimas.

Entonces el viento no quería que cayeran,
porque no quería que llorase.
Pues el viento solía soplar cada vez que ella lloraba,
porque no quería permitir
que cayeran las lágrimas de sus ojos.
Por eso, cuando lloraba
el lugar se volvía desagradable,
pues parecía que el viento arrastraba la tierra.
Los arbustos se agitaban mucho
cuando soplaba el viento
porque ella lloraba.
Era como si el viento
la estuviera vengando
de la gente que la había regañado.

Cuando la gente ve
que el viento sopla con fuerza, dice:

“¿No parece que la anciana está muy enfadada con nosotros?
Pues no da la impresión de quiera tener cerrados
los lados de su manto,
en los que el viento se oculta.
En verdad nos está haciendo daño,
y no parece que sea una persona adulta.
Pues se porta como si desvariase,
no se porta como si estuviera en sus cabales.”

El dibujo de los khoi sometidos al embate del viento data de finales del siglo XVII o principios del XVIII. Fue encontrado en 1986, junto con otros 26 dibujos de la misma temática, en un cartapacio de la Biblioteca Nacional de Suráfrica, que los había adquirido quizá un siglo antes. Se publicaron en 1993 en el libro The Khoikhoi at the Cape of Good Hope: Seventeenth-Century drawings in the South African Library (Ciudad del Cabo, South African Library General Series, nº 19), con comentarios de Andrew B. Smith y traducción de los textos en holandés de Roy H. Pheiffer. El dibujo aquí reproducido, y el comentario que lo acompaña, están en las páginas 28-29.
El testimonio de Diä!kwain lo traduzco de la edición de D. F. Bleek en la revista Bantu Studies, “Customs and Beliefs of the /xam Bushmen. Part IV. Omens, Wind-making, Clouds”, vol. 6, 1932, págs. 332-333, 334-335). El texto original manuscrito está en distintas páginas del cuaderno L.V.23, custodiado en el Departamento de Manuscritos y Archivos de la Universidad de Ciudad del Cabo.

domingo, 23 de enero de 2011

Shakespeare y la Cabeza del León

Sí, amigos, ya estamos aquí de nuevo. Apenas hace una semana dejamos atrás el invierno y mucha gente querida; aunque, por suerte, aquí encontramos el verano y, lo más importante, gente a la que también queremos.

Esta semana nos la hemos tomado un poco de reflexión, Jose organizando su trabajo y yo estudiando las distintas posibilidades que se me abren por aquí.

Entre pensamiento y pensamiento: leemos, caminamos y abrimos bien los ojos y las orejas para no perdernos ni un detalle. También nos dejamos llevar por el viento, que en algunas ocasiones llega a soplar a una velocidad de hasta 60 km/h. Es el llamado Doctor del Cabo, que barre todo lo habido y por haber.

El jueves Tanya y Heinz nos llevaron a Maynardville, un jardín exuberante con un enorme estanque de nenúfares sobre el que sobrevuelan los ibis. Cuando caen las noches de verano, se puede oír a Shakespeare bajo un manto de estrellas.





La obra era, como podéis ver por el cartel, La fierecilla domada y, por supuesto, me leí el guión antes de ir al teatro porque entender a Shakespeare en su lengua original no es nada fácil.

Lo pasamos bien, acurrucados en mantas porque por la noche se levanta fresco, era como un sueño estar allí: viendo teatro isabelino ambientado en un bar de Cape Town y en una Italia delirante.

Esta tarde, aprovechando que el viento amainaba, nos hemos lanzado a lo alto de la Cabeza del León.



El sol estaba aún alto cuando hemos empezado a caminar...





Hemos caminado una hora desde el pie de la montaña hasta casi, casi la cumbre. El viento cada vez era más fuerte y el camino se estrechaba, como tampoco era nuestra intención bajar volando hasta el nivel del mar, nos hemos dado la vuelta a la altura de "la ceja" del león.

Ahora desde casa, vuelvo a oir el rugir del viento desatado. El león está dormido, pero el Cape Doctor sale otra vez de fiesta.