sábado, 23 de julio de 2011

CUANDO LAS PIEDRAS HABLAN



Desde ayer sopla un viento de mil demonios, ruge que da miedo, pero yo estoy sentada al abrigo de mi cueva intentando ordenar mis pensamientos.

Estos últimos meses he visto mucho arte rupestre y he podido comprobar cómo las piedras hablan. Lo cual no significa necesariamente que entendamos lo que dicen.

En un artículo que leí hace unas semanas encontré una serie de ideas reveladoras y fascinantes que me apetece compartir. En el libro: Seeing and knowing: Understanding Rock Art with and without ethnography (Wits University Press, 2010), se recopilan una serie de artículos sobre arte rupestre. El de la arqueóloga Patricia Vinnicombe "Meaning cannot rest or stay the same" (págs. ), me ha emocionado profundamente.

Vinnicombe habla de su trabajo de campo con aborígenes australianos para los que pintar en las rocas es todavía una parte viva de su cultura . Muchas de las cosas que dice iluminan la manera de mirar el arte rupestre de otros pueblos hoy en día desaparecidos.

¿Qué es natural y qué es cultural?

Para nosotros, urbanitas occidentales, ir a ver una exposición de arte es un evento cultural. Está claro también que una obra de arte es algo hecho por la mano del hombre utilizando los materiales que tiene a su disposición.

Pues bien, mientras Patricia Vinnicombe estaba trabajando en una determinada zona de Australia Occidental, uno de sus informantes le habló de ciertas pinturas de excepcional calidad que ella todavía no había visitado. Lógicamente quiso ir en seguida con todo su equipo para documentarlas y estudiarlas. Cuando llegaron allí lo que vió fue una maravillosa capa de pigmentación producida por un proceso de mineralización natural.

"¿Dónde están las pinturas?", preguntó. Su informante no entendía, ¡estaban allí! Delante de ella. Pero esto no es lo que ella buscaba, claro; en aquello, ¿dónde estaba la mano del hombre ?

Para su informante, las pinturas realizadas por su pueblo en tiempos recientes, las que habían pintado sus antepasados milenios atrás y lo que ellos estaban contemplando en ese momento eran lo mismo: la manifestación del espíritu de los antepasados.

Oralidad y escritura.

No siempre somos del todo conscientes de hasta qué punto nuestra forma secuencial y consecutiva de pensar responde a la primacía de lo escrito en nuestra cultura. Para nosotros un texto completo requiere planteamiento, nudo y desenlace.

Cuando miramos arte rupestre, vemos grupos de gente, animales... y pensamos: ¿estarán cazando? ¿Irán de viaje? O lo que es lo mismo, ¿qué relación tienen todos esos elementos entre sí? ¿En qué parte del argumento están?

Las culturas orales no se aferran a esa secuencialidad.

Cuando alguien cuenta una historia a otros que ya conocen el contexto, o saben cómo empezó todo, narran lo esencial y el final no siempre es requerido porque más tarde se va volver a retomar el hilo, así que ¿qué sentido tiene?

La cultura escrita necesita tener todo bien organizado: introducción, título de los capítulos, parráfos, conclusión.

Patricia Vinnicombe cuenta una preciosa anécdota en la que su informante la ve rebuscar en su cuaderno, páginas atrás, una explicación que había escrito y le hace notar su dependencia del papel. "Tú tienes la historia en el libro. Yo la tengo en mi cuerpo".

La gran pregunta: ¿Quienes somos?

De nuevo, otra anécdota reveladora: uno de los colaboradores de Vinnicombe, filósofo y líder espiritual, alcanzó bastante fama como artista; algunas personas le llamaban Hector, pero también tenía otro nombre, Jandany, con el que se le conocía más familiarmente.

Jandany es un nombre difícil de pronunciar para los occidentales, de modo que lo escribían de distintas maneras.

La misma persona, el mismo trabajo creativo, distintos nombres. Ella le preguntó, cómo preferiría que le llamasen. Y él respondió: "Eso son preocupaciones de blancos. Yo sé quién soy".

Las buenas maneras

Para los aborígenes australianos con los que Vinnicombe trabajó, las pinturas, las cuevas y las piedras están vivas. Por eso, cada vez que uno se acerca a una pintura o a una cueva dice el motivo por el que ha querido ir.

Las imágenes merecen el mismo respeto que una persona; nadie debería entrar en casa de otro sin anunciarse o sin una explicación.

A menudo se le pide al visitante que lleve unas hojas debajo de la axila para depositarlas allí, de manera que las imágenes puedan reconocer el olor del extranjero en una próxima visita.

Cuando miro las fotos que hemos tomado en el Cederberg o en el Karoo, veo formas hermosas, que me seducen por la estética, pero también me pregunto qué hay detrás.

Qué significaban para las que las hicieron.

Cómo eran ellos.

¡Cómo eran sus historias!





















jueves, 14 de julio de 2011

Celebrando el lugar donde vivimos

Ayer conocimos a Gordon MacLellan, contador de historias y educador medioambiental. Nuestra amiga Wendy, que en cierto modo se dedica un poco a lo mismo que Gordon, nos le presentó y cenamos en su casa, contamos historias, bebimos vino, algunos construyeron objetos con corchos y palillos, otros tocamos la mbira...

Wendy y Gordon trabajan enseñando a la gente a apreciar la naturaleza y lo que la rodea. Hoy en día es un trabajo importante, sobre todo para los que normalmente vivimos en la ciudad y poco menos que pensamos que la leche sale directamente del frigorífico.

Gordon ha venido desde Derbyshire, Reino Unido, para dar unos talleres en distintas ciudades Sudafricanas. Hoy he tenido la suerte de participar en lo que él llama: Celebrar el lugar donde vivimos, que en este caso son los jardines que rodean Goverment Road.

La idea de sentir el lugar donde estamos como algo especial, simplemente por el hecho de que vivimos en él, me parece genial. Es simple, pero no solemos hacerlo. Habitamos el espacio sin detenernos un segundo a mirarlo, saborearlo, olerlo u oírlo. Generalmente la excusa es que no tenemos tiempo, pero la verdad es que ni siquiera lo buscamos. Eso nos obligaría a dejar de caminar, incluso de correr.

Hoy me lo permití. Acepté el reto y me junte a un grupo de estudiantes de Arte.

Sentados en las escaleras que conducen a la National Gallery eran las 10 de la mañana y el sol empezaba a calentar. Los ibis picoteaban buscando gusanos debajo de la tierra, los árboles mostraban sus hojas marrones, amarillas o verdes, algunos sus ramas desnudas...

Primer reto: mirar al suelo y buscar lo que pudiéramos reutilizar para construir un habitante del paisaje.



Al cabo de media hora, teníamos nuestro propio animalario: una mujer rama que se pasea por los jardínes, una bestia asesina envuelta en cáscara de mandarina o un gusano que un día supo que podía volar.



Segundo reto: sentir tu lugar especial. Ese huequito sobre la hierba, la sombra de aquel árbol o el banco escondido que te está llamando.

Mirar por encima de la punta de tus dedos. Buscar a través de tu propio mapa corporal: las rayas de la mano, la identificación con el paisaje. Jugar a que tu raya de la vida coincide exactamente con la curvatura del tronco de aquel árbol...

Tercer reto: crear un libro. Contar un cuento. La historia animada de lo que encuentras.

¡Y la gente lo hizo!



Yo necesité un montón de palabras para crear mi cuento. Escribía y escribía, mientras otros recortaban, buscaban y pegaban. ¡Madre mía, cuantas palabras dejé en el camino porque no cabían en las hojas diminutas de mi pequeño libro de 9x11cm!

Si os digo la verdad, disfruté mucho esta mañana, pero sobre todo me di cuenta de que no hace falta hablar tanto, escribir tanto. Hay contadores de historias que escuchan y miran más que hablan. Igual están en una escala más evolucionada de la especie de cuentistas.

lunes, 4 de julio de 2011

La distancia subjetiva

Siglos atrás se tardaban meses y meses para llegar desde España al Sur de África, pero ahora te coges un avión y en unas horas apareces en Estambul, Montevideo o Sídney.

Bastan unas horas en cualquier aeropuerto para comprobar que el mundo es muy pequeño y se vende en botellas de licor, perfumes y toblerones tamaño gigante. La temperatura es muy parecida en todas partes: no hay noche, ni día y mejor llevar una chaquetita o un pañuelo si no te gusta el aire acondicionado demasiado fuerte.

Mientras viajas y un poco después, el cuerpo pasa por una serie de cambios: alteración del sueño (por los madrugones de algunos vuelos o el jet lag); hinchazón de pies (creo que eso es debido a la presión y a pasarte horas sentadas en los vuelos largos) y dolor de espalda por llevar siempre una bolsa demasiado cargada. Pero, ¿y esa parte de nosotros mismos que no es física? ¿Es capaz de viajar a la velocidad del sonido o necesita tomarse las cosas con más calma?

Solo puedo decir que cuando desembarcamos el viernes en Ciudad del Cabo una parte de mí estaba todavía comiendo pa amb tomàquet y bebiendo vino de Ribera del Duero. Otra parte estaba en Gugulethu en el patio del Centro en memoria de Ray Alexander Simons.

Caía el sol sobre el escenario donde unos niños descansaban tras su actuación. Entre el sueño y la realidad pensé que tenían que estar quedándose helados con esas ropitas. ¡Es invierno, no verano! Es julio en el hemisferio sur.



Ray Alexander fue una activista política y sindicalista que, junto con su marido, estuvo condenada al exilio durante el gobierno del Apartheid, pero además es la madre de nuestra amiga Tanya. Jose y yo vivimos en la que fue su casa.

Os debemos una entrada sobre está mujer de rompe y rasga, pero por ahora baste decir que está en marcha un centro en su memoria y un teatro.

El viernes 1 de julio estrenaban la obra Nothing but the truth, Nada más que la verdad. Escrita por John Kani e interpretada por New Image Ensemble.

La obra me emocionó bastante. Hablaba de una familia negra, desestructurada por culpa de la situación política del Apartheid, aunque no solo por eso. Secretos no confesados. Resentimiento. Pero más allá de todo ello, me tocó la forma en la que se contaba: siempre hay una oportunidad para empezar de nuevo, aunque pasa por el reconocimiento de lo que nos hace daño.

La obra era divertida en muchos puntos y verla en medio de tanta gente xhosa fue genial porque, en general, son muy participativos: hacen comentarios en alto, aplauden, se ríen. Lo que pasa en escena y lo que ocurre entre el público forma parte de lo mismo.

Luego hubo excelente pica-pica, como siempre...



Y al día siguiente fuimos a la granja de Johan, el hermano de Tanya, en Malmesbury. Un antiguo edificio convertido ahora en bed & breakfast y en idílico lugar donde celebrar bodas y banquetes.

Mientras pienso si estoy aquí o allí, nada me impide disfrutar de lo que pasa alrededor. La distancia espacial es una cosa muy subjetiva...