Sí, amigos, ya estamos aquí de nuevo. Apenas hace una semana dejamos atrás el invierno y mucha gente querida; aunque, por suerte, aquí encontramos el verano y, lo más importante, gente a la que también queremos.
Esta semana nos la hemos tomado un poco de reflexión, Jose organizando su trabajo y yo estudiando las distintas posibilidades que se me abren por aquí.
Entre pensamiento y pensamiento: leemos, caminamos y abrimos bien los ojos y las orejas para no perdernos ni un detalle. También nos dejamos llevar por el viento, que en algunas ocasiones llega a soplar a una velocidad de hasta 60 km/h. Es el llamado Doctor del Cabo, que barre todo lo habido y por haber.
El jueves Tanya y Heinz nos llevaron a Maynardville, un jardín exuberante con un enorme estanque de nenúfares sobre el que sobrevuelan los ibis. Cuando caen las noches de verano, se puede oír a Shakespeare bajo un manto de estrellas.
La obra era, como podéis ver por el cartel, La fierecilla domada y, por supuesto, me leí el guión antes de ir al teatro porque entender a Shakespeare en su lengua original no es nada fácil.
Lo pasamos bien, acurrucados en mantas porque por la noche se levanta fresco, era como un sueño estar allí: viendo teatro isabelino ambientado en un bar de Cape Town y en una Italia delirante.
Esta tarde, aprovechando que el viento amainaba, nos hemos lanzado a lo alto de la Cabeza del León.
El sol estaba aún alto cuando hemos empezado a caminar...
Hemos caminado una hora desde el pie de la montaña hasta casi, casi la cumbre. El viento cada vez era más fuerte y el camino se estrechaba, como tampoco era nuestra intención bajar volando hasta el nivel del mar, nos hemos dado la vuelta a la altura de "la ceja" del león.
Ahora desde casa, vuelvo a oir el rugir del viento desatado. El león está dormido, pero el Cape Doctor sale otra vez de fiesta.
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