martes, 25 de septiembre de 2012

Cosas que pasan cuando cuentas

Ayer, en Sudáfrica, fue jornada festiva: el Heritage day, el día del Patrimonio. Eso significa que durante toda esta semana se celebran muchas actividades culturales y la mayor parte de los museos son gratis.

Nosotros teníamos una sesión de cuentos en el Iziko South-African Museum , que es un museo de historia natural y etnografía.


Vadeando entre historias era el título de nuestra sesión y la idea era ir recorriendo distintas áreas del museo, parándonos ante de determinadas vitrinas para contar cuentos relacionados con su contenido.

La sesión nos tenía muy ilusionados porque contar, por ejemplo, metido entre los huesos enormes de una ballena o delante de una pintura rupestre es algo que ya de por sí motiva bastante.

Ya nos habían advertido además de que ese día el museo se llena de visitantes de todas las edades. Ahora podemos decir que es cierto: aquello parecían las Ramblas y costaba pasar de una sala a otra.

Nos dieron dos micros (no precisamente de última generación), pero uno de ellos no funcionaba. Cosas que pasan… Eso hizo que tuviéramos que ir cambiándonos el micro constantemente. Pero, bah…, pelillos a la mar, ahí estaban nuestros oyentes: niños y adultos de las más diversas procedencias étnicas y culturales, y nadie tenía prisa. Era el momento de escuchar historias, sentados en el suelo y rodeados de vitrinas que encierran, en la mayoría de los casos, objetos de hace mucho tiempo, que con solo mirarlos ya te pasarías horas pensando quién los hizo y para qué…


El problema surgió al pasar a la parte de los animales, al mundo marino, enormes tortugas suspendidas en el aire y encerradas en luces azules y naranjas. Fantástico para dejarnos llevar de la mano de Urasima Taro al palacio de la Princesa del Mar.

Cuando acabé de narrar, pensé que lo mejor era emplazar a la gente en el lugar donde tendría lugar el siguiente cuento: la zona de las focas.

Os juro que las focas antes de ayer estaban en su lugar habitual: encerradas en una vitrina al lado de los enormes huesos de varias ballenas. Sin embargo, y por mucho que miramos… ¡allí no estaban!


En su lugar había una vitrina perfectamente vacía. En realidad la situación es ideal para contar lo que te dé la gana, ¿no? Las posibilidades son ENORMES. Aquello era el regalo del traje del emperador. Lo malo es que nuestros oyentes se desperdigaron siguiendo a un flautista de Hamelín completamente fantasma.

“¿Dónde están las focas, mami?” Me parece estar oyendo todavía.

Nos quedamos con tan solo cuatro oyentes y acabamos sin micros y encerrados, como Jonás, en el vientre de una ballena donde los ruidos exteriores no perturbaban el silencio interior de la bestia. Fue mágico y fue raro. Incluso yo perdí la voz.

Es cierto que nos sentimos desconcertados y que el final de la sesión debió de ser abrupto para la mayoría de la gente. Pero hoy me pregunto si muchos padres con los niños se perdieron en el museo de la mano de las historias, cada uno siguiendo un rastro, sin posibilidad de equivocarse. El narrador se desvanece, pero las historias continúan…

Tal vez, tal vez, alguno incluso pensó que lo habíamos hecho a posta…

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